LA COMPAÑERA DE TRABAJO Siempre hay un día en los que, después de una mala racha, surgen acontecimientos que te hacen cambiar la vida para siempre, y esto me ocurrió una mañana de invierno de hace tres años. . Llevaba poco más de un año trabajando en el Ayuntamiento como auxiliar administrativo, y a pesar de que parecía que el hecho de tener un puesto de trabajo fijo me iba a arreglar la vida, seguía de forma apática todo lo que pasaba a mi alrededor, y es que a los 26 años ni me planteaba dejar la casa de mis padres, sin tener por lo que luchar ni por lo que preocuparse. En esa época huía de más complicaciones y con un trabajo fijo de por vida, mis aspiraciones futuras personales y laborales eran exclusivamente informáticas, tanto en el trabajo como en mi tiempo libre ya que el aburrimiento lo mataba tanto navegando por internet y como probando programas, y a alguna salida nocturna cuando los amigos disponían de tiempo. Y es que después de que mi novia me dejara por un pijo presuntuoso que el único mérito que había tenido en su vida era haber heredado una fortuna de unos cuantos millones, aquello lo tenía superado a medias, puesto que una vez superado me entregué a una apatía un tanto impropia de alguien tan joven como yo. Pero todo cambia con el tiempo.y aquel día empezó una nueva racha. Aquel día se reincorporaba a la oficina una mujer de 44 años que había estado en excedencia , llamada Carmen. Mi jefe de negociado me pidió que le enseñara cómo funcionaba la red de ordenadores y algunos trucos del Windows y de los los programas de manejo de texto. Evidentemente, mucho habían cambiado las cosas en los últimos diez años en cuanto se pidió la excedencia y el jefe de mi negociado me pidió que le ayudara en torno a cómo se organizaba la red, así como algunos trucos de los procesadores de textos para llevar más fácilmente el trabajo diario. Mi jefe me advirtió que tuviera paciencia con ella, ya que además se acababa de separar, evidentemente parecía que me tocaba bailar con la más fea. Nada más lejos de la realidad, porque en cuanto la vi por primera vez se me cambió la cara. El caso es que en lugar de una vacaburra reprimida me encontré con una mujer extremadamente atractiva, medía 1,78 metros de estatura sin tacones, bonitos ojos, piernas y trasero bien formados y ninguna arruga, parecía tener un tipo exuberante, lejos de las tallas anoréxicas tan de moda en estos tiempos, pero con esa ropa, no se distinguía del todo su físico. El caso es que la impresión que a priori tenía de ella tanto en lo físico como en su forma de ser era exactamente lo contrario a lo que tenía pensado de ella. Aprendió rápidamente alguno de los trucos de los ordenadores que yo le enseñaba, se nota que había aprendido informática con sus hijos, ya mayores de edad y por lo menos ya podía entretenerme más en el trabajo. Pero aquella impresión fue muy grata, ella era infinitamente más amable y abierta de lo que yo me había pensado en un principio. Con el tiempo cogimos confianza, y poco a poco en los ratos en los que salíamos a tomar café fuimos contando muchas intimidades nuestras. Me contó que su marido, un hombre adinerado y un tanto faldero le había dejado por otra mujer mucho más joven y que hasta el momento no se había reincorporado al trabajo porque ya le había dejado dinero y una casa, pero que ahora se habían ido los hijos a la ciudad donde estaba su padre, aprovechando que allí estaba la Universidad donde querían cursar sus estudios, y que ahora se sentía aburrida y sola y que por la mañana la dedicaba al trabajo y la tarde en ir al gimnasio. El caso es que un fin de semana no tenía plan para salir, y se me ocurrió proponerle que podríamos ir a cenar la tarde del sábado. El caso es que ella aceptó aquella cita sin poner ningún reparo. Ya habían transcurrido casi dos meses desde que la conocí y había conseguido una cita con una bella mujer que sin embargo podría ser mi madre, pero que era infinitamente más atractiva que cualquiera de esas niñatas prepotentes y sin estilo. El caso es que ella fue a la cita preciosa, con una hermosa minifalda, la cual llevaba unas piernas duras como el acero que le daban veinte mil vueltas a cualquier veinteañera, un traje que sin estar demasiado escotado permitía ver mejor sus hermosos y firmes pechos. Era evidente que ella no iba solamente a la cita por compromiso y eso aumentó temporalmente los nervios que ya de por sí tenía por la cita. En cuanto la ví, empecé a ponerme hasta nervioso, pero conseguí disimularlo. Durante la cena, nos habíamos pasado un rato muy distendido contándonos chistes y riéndonos de todo y de todos, ella ya parecía tremendamente alegre y divertida, pero se encontraba especialmente cómoda en la situación, y eso me lo contagió, restando mi nerviosismo por aquella cita. Ya en la calle, después de la cena, nos fuimos a dar una vuelta, y allí las miradas entre nosotros empezaron a ser más descaradas, ella me miraba a mí y yo a ella con una excitación cada vez más indisimulada, así que en cuanto nos acercamos a su casa se acabaron las inhibiciones, y nos besamos apasionadamente. Estaba claro que íbamos a subir a su casa enseguida a desatar la pasión contenida durante tanto tiempo de frustraciones. Una vez en su casa, se quitó el vestido. ¡Dios mío, que maravilla de cuerpo! Tenía la cintura dura como el acero, con unos abdominales de granito que contrastaban con la suavidad de su piel, sus pechos eran auténticas montañas de acero y sus brazos aún relajados tenían una definición musculosa y armoniosa al mismo tiempo. Ahora veía el producto de tantas tardes machacando en el gimnasio, esculpiendo un cuerpo como si de una estatua de Miguel Ángel se tratase, porque aquello era una escultura viviente, una auténtica obra de arte en movimiento. Eso me produjo una sensación irresistible y placentera al sentirla dentro de mi, me corrí al poco rato, y en seguida quería más. y ella también, hicimos cinco veces el amor en distintas posturas en nuestra primera noche, pero en todas y cada una de ellas me sentía un juguete en medio de aquel poderoso cuerpo, a pesar de mi metro ochenta y cinco de estatura y de una complexión no precisamente escuálida, me sentía de mantequilla en medio de ese torbellino de fuerza y pasión de noventa kilos de granítico músculo. Y es que a pesar de los años, ella parecía cada día estar más joven y fuerte, producto de aquellas sesiones de culturismo que con tanta dedicación había practicado en los últimos tiempos. A la mañana siguiente, estaba hecho polvo, ya me sentía como los buenos boxeadores, cansado, pero satisfecho con el esfuerzo hecho. Vi claro que me había vuelto a enamorar, esa mujer había conseguido robustecerse y rejuvenecerse no solamente a nivel físico, sino también psicológico, era una joven con 44 años y eso hacía que me importara poco la diferencia de edad, y que tuviera hijos mayores de edad, y me sentía como el hombre más afortunado del mundo. Al día siguiente, tuvimos otro encuentro, y para variar la rutina, me propuso hacer lucha libre erótica. La cosa me pareció bien, al fin y al cabo, yo era alto y fuerte , anunque mis músculos estaban un tanto inactivos y fofos. -Bueno muchacho, tu musculatura es grande pero poco trabajada, me parece que no puedes competir con este cuerpo- dijo refiriéndose mientras flexionaba sus bíceps, que se elevaban como si fuera la cordillera del Himalaya. -Veremos como te tragas el farol- le respondí. Intenté levantarla, pero sus noventa kilos sostenidos por sus poderosas piernas impedían moverla. Después, a instancias de ella intenté soltarle unos puñetazos. Después ella movió sus piernas, y me tumbó al suelo, después me agarró y me tiró a la cama como si de un monigote se tratase. -Buen intento , pero todavía te queda mucho camino para medio ponerte en forma, ahora te vas a enterar de lo que vale un peine, te queda mucho por aprender, jovencito. Después me tiró a la cama, y más tarde me atrapó entre unas piernas que hubieran lesionar a un futbolista. Mientras, sentía excitado la fuerza de sus muslos masivos, ella se estaba quitando la ropa, lo cual me excitaba doblemente. Inmediatamente, empezó a soltarme, poco a poco, estaba notando como mi pene crecía como nunca lo había hecho, esperando sabiamente para esperar el momento adecuado, ni harto de con un frasco entero de viagra podía haber conseguido esa excitación. Ella había logrado el clímax adecuado, la penetré con un ansia tremenda, jamás habia hecho el amor de esa forma y el resultado fue tremendamente satisfactorio, puesto que volvimos a follar unas siete veces más esa noche, aquel fue sin duda el fin de semana más desenfrenado de mi vida, y si lo llegaba a contar probablemente me hubieran tomado por loco. Al día siguiente, tuve agujetas hasta en el carnet de identidad. El caso es que en unos cuantos fines de semana seguidos tuvimos más encuentros, pero ya perdieron parte de su encanto, porque yo seguía empeñado en no ir al gimnasio por la tarde y a seguir con mi pésimo estado de forma. En las siguientes peleas, ella me derrotaba tan fácilmente que ya la cosa estaba perdiendo emoción, parecía como si me dejase y eso no era precisamente lo mejor. El caso es que unas semanas más tarde, decidí irme al gimnasio con ella para apuntarme y endurecer mi cuerpo y ponerme medianamente en forma. Pero allí no era oro todo lo que relucía allí, había gente que se tomaba el tema del culto al cuerpo más allá de lo que la salud lo permitía, y había gente que se ponía tremendamente agresiva con los anabolizantes. El hecho es que había algunos que se estaban dejando el hígado y el sueldo en sueldo en ellos, y por desgracia aquel día un tipo un poco más alto que yo y de ciento treinta kilos de músculo inflado por los esterioides que me había visto sacar mucho dinero de la cartera, dinero que ansiaba porque se había quedado sin blanca para su ración de clembuterol. Me siguió hasta la salida, mientras esperaba que Carmen saliera de ducharse y entrenar, primero me pidió que le prestara dinero, a lo cual me negué debido a que sabía lo que quería y no podía permitir eso. El tipo cambió el tono, y yo me alejé de él. A la altura de un callejón aquel energúmeno me propinó empujó, y sin tiempo a reaccionar me propinó varios puñetazos dignos de Mike Tyson. Las hormonas que se había estado tomando era evidente que le habían proporcionado una agresividad, de tal guisa que parecía estar poseído por el demonio. Pero mientras apareció Carmen, que acababa de salir del gimnasio. Mientras el tipo se reía. ¿Pero tú que quieres puta zorra, tienes ganas de perder tu lindo culito? Ahora verás impertinente. Pero el sujeto se había equivocado, soltó varios puñetazos, pero ella los había esquivado la mayoría y los pocos que había llegado a su destino se habían estrellado contra su sólido abdomen de granito, lo cual le permitió encajar los golpes fácilmente. Había conseguido su primer objetivo que era el repeler el ataque de aquella apisonadora humana. Luego, una vez que había controlado a aquel energúmeno, empezó su ataque; primero le dio un puntapié que le hizo daño y le hizo caerse. En ese momento él, más furioso todavía de lo que estaba, intentó propinar un puñetazo, que fue repelido por la mano de Carmen como el puño se hubiera estrellado contra un muro de hormigón. Después, inició su ataque, primero le pegó en la cara, y después le propinó una serie de golpes tan potentes y seguidos que no le dejó reaccionar, aquellos golpes eran definitivos, ella estaba mucho mejor preparada que él porque de verdad entrenaba duro y con constancia, no como aquella masa inflada por los esteroides y que se estaba desinflando en su fuerza una vez que no podía más con esa impresionante amazona, dejándole cada vez más aturdido. Pero aún no había terminado, empezó una lucha cuerpo a cuerpo de la que salió fácilmente vencedora puesto que se había quedado groggy, y levantándole con una sola mano, le echó una última mirada de asco, acto seguido lo agarró y con todas sus fueras lo tiró al vacío en un descampado que había al lado, y a pesar de los más de ciento veinte kilos de aquella bestia, lo arrojó a varios metros de distancia como si de un cojín se tratase. Esta circunstancia tuvo como consecuencia que la relación se consolidase definitivamente, a las pocas semanas decidimos irnos a vivir juntos y así seguimos de momento. El caso es que, a pesar de lucir un físico más atlético y de haber aumentado considerablemente mi fuerza, el caso es que sigo sin poder con ella y rara vez se deja ganar. indiscutiblemente tantos años entrenando le han dado una juventud sin límites, pero ella también entrena, está también por lo tanto más fuerte, más joven, más vital, más invencible. en definitiva más mujer. FIN Historia enviada por Bohemio Rapsodio. E-mail vader69_@hotmail.com